miércoles, 11 de mayo de 2011

HISTORIA DE UN CAOS: Índice y extras.

   Un pequeño índice que recoge los 5 fragmentos de la historia. Cada uno lleva a su página correspondiente al picarlos. Sirve para que los despistados lean en el orden correcto, sea más fácil encontrar todos los relatos y además, poner un poco de orden.


  · Parte I: VERDE-INCOHERENCIA


   · Parte II: AZUL-CORRUPCIÓN


    · Parte III: ROJO-AGONÍA


     · Parte IV: AMARILLO-LOCURA


      · Parte V: BLANCO-MUERTE 


Espero humildemente a todos los que hayan empleado su tiempo en leerlo que les haya gustado. Este relato está basado en una pesadilla que tuve en una ocasión; fue tan clara y tan impactante, que lo único que hice realmente fue ir escribiendo lo que recuerdo sobre aquel sueño; eso sí, adornándolo un poco, para que quede más legible y agradable a la vista.

martes, 10 de mayo de 2011

Historia de un Caos - Parte V : BLANCO-MUERTE



     Conocer. Se acerca el final de todo esto. Lo siento. Lo sé, y estoy seguro de ello. El portón chirría mientras lo abro; aquella puerta por la que vine se abre junto a él. Al otro lado, en la habitación amarilla, puedo verlas, con muecas de ansia por darme caza. Agobiado, intento acelerar la apertura del pesado portal. 


     Lograr. Cumplir un objetivo, en este caso, consigo entrar a un último recinto, blanco y negro, brillante y geométrico. En el centro, una rosa negra por florecer. A mi espalda, a mis alrededores, nada. Nada distinto a aquella pared que establecía un límite perfectamente definido a aquel habitáculo circular. Miro al cielo y lo veo, un cielo que recoge al alba, la aurora que anuncia el poco tiempo que resta para que amanezca.


     Ilusionar. Desear con esperanza que aquello que deseamos se cumpla. El sol, él con su luz debería erradicar el caos de este lugar lúgubre, siniestro, caótico, deforme. Un final feliz. Un final que nunca llegaría a ver con mis propios ojos. El alba enrojece, adquiriendo un color de brasa apagándose pero aún sigue viva, intentando resurgir. Mis pisadas vuelven ceniza el suelo que me sustenta, y tras apartarme, dichas cenizas adquieren el color del cielo que tengo sobre mí.


     Surgir. De entre las cenizas con agitación cual fuente emergente desde la tierra, un cuerpo cubierto de una desagradable y viscosa película azabache. Para mi desgracia, conocía lo que formaba aquella cobertura y, cuando posteriormente fuera cayendo, descubriría que también conocía a quien estaba debajo. Mi amada, inmóvil, se halla frente a mí, con restos de ponzoña que aún se escurrían por su piel.


     Acercar. Ella da un paso, yo retrocedo a la par. Me alejo a medida que ella avanza. Ya no es quien conocí tras volver de aquel lago rojo; aquella loca la introdujo en una dimensión de locura y corrupción. Dejó de ser una persona como tal para ser un nuevo ser. Me acabo de chocar con algo por la espalda mientras retrocedía. Antes de poder girarme, me agarra. Una risa suena detrás de mí. Mientras oigo su risa, en mi cabeza la asocio a la habitación amarilla. La reconozco. Era la risa de aquella loca mujer que con sus acciones tanto daño me causó.


     Pelear. Luchar por liberarme. Estoy cogido con fuerza y me cuesta moverme, pero tras gran esfuerzo, consigo librarme de sus manos y me aparto. Pierdo el equilibrio y termino cayendo al suelo. Ambas se me acercan. El fin que estaba deseando llegará dentro de poco, pero será distinto al que imaginé. No será el fin de este sitio. Es el fin de mi vida aquel que se acerca.


     Brillar. Unas cadenas de plata blanca, rígidas y veloces, abren el suelo y crean una cárcel, conmigo encerrado en ella. Pese a estar en una jaula, que separa exterior e interior como una barrera, en ella tengo dos compañeras indeseables. Estoy acorralado, no hay salida, mi fin se acerca y se detiene ante mí.


     Mirar. Fijamente, cuatro ojos me observan. Miradas frías a la par que llenas de locura e instinto animal. Un último intento de huida termina conmigo atado entre las paredes de mi prisión, cadenas de plata que me inmovilizan, dejándome a merced de la voluntad de las dos únicas personas, si ahora pudiera llamarlas así, que existen en este maldito lugar.


     Quebrar. Una mano atravesó el pecho de la mujer loca. Su faz se quiebra, en medio de una carcajada desgarradora que transmitía el sufrimiento y la agonía de una dolorosa muerte. Cuando se agota su voz, termina de romperse su cuerpo cual espejo, dejando a la mano ejecutora ensartada en las cadenas.


     Recoger. Las cadenas que formaban mi confinamiento comienzan a moverse, se retiran, vuelven al suelo y, desde allí, retroceden hasta entrar en la mano de mi antigua compañera. Aparentemente, ella ha recuperado la conciencia, ya no emana aquel lodo corrupto. Parece que al fin, mi final feliz llegaría; el malo fue derrotado, no hubo víctimas, y conseguiría a la chica.


     Besar. Lleno de energía y júbilo, emoción y excitación, deseo y amor, a mi salvadora. Mi último gran error. Durante el beso, el espejismo de una sensación se me quedó en la boca. Cuando separamos nuestros labios, de los suyos caían restos de la ponzoña oscura que me llevaba atormentando todo este tiempo. Me empezó a invadir una sensación de ardor en todo mi interior.


     Sufrir. Un dolor inmensurable e inimaginable, como si me estuvieran devorando vivo poco a poco, hacia el exterior desde mis adentros. Con mi sufrimiento, caigo de espaldas. No puedo sentir más que dolor. Mirando al cielo, en el que vuelve a aparecer el alba, oigo aquella carcajada odiosa, repleta de carencia de sentido, de una locura macabra; pero que al mismo tiempo parece un lamento. Mientras me retuerzo en mi agonía, consigo verle la cara. Lágrimas humanas, tristemente hermosas, caen por sus mejillas. Ya no siento ni piernas ni brazos, ni tan siquiera consigo verlos; sólo veo un aglutinamiento de materia negra y viscosa que sale desde donde debieran estar mis miembros.


     Morir. Agonizar por el beso de la muerte, recibido por mi propia iniciativa e ignorancia de manos de mi salvadora y, ahora, también mi verdugo. El dolor puede conmigo, grito en mi más intensa agonía, hasta que a mi lado se sienta ella. Una despedida. Un último beso, pero este no fue el beso de la muerte, sino el beso de la paz, del descanso. Ya no siento nada, así fue mi muerte.


     Esta fue la historia de mi caos.





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     Despertar, otra vez, y volver al hogar, abandonando ese caos hasta la próxima ocasión, una nueva noche que destruya en su seno a la lógica mundana.

FIN

Historia de un Caos - Parte IV : AMARILLO-LOCURA



     Conversar. Algo que hacía tiempo que deseaba hacer. Hablando, se olvidan los males, surgen nuevas amistades y también aprecio por las distintas personas con las que estamos; y eso supuso un error que me costaría mi integridad. Nos detuvimos ante una puerta, distinta a las anteriores que ya encontré, ésta era más bella, pura, armónica; nos incitaba a cruzarla, nos decía que ella era el camino que nos sacaría por fin de aquí.


     Atravesar. La puerta que parecía la salida, antes de cruzarla; ella, la chica, y yo nos hicimos una promesa: encontrarnos de nuevo una vez esto acabase. En las situaciones más críticas es donde conoces a tus verdaderos amigos y a tus peores enemigos; en mi caso, una excelente amistad que, en mi interior, deseaba que fuera más que eso.


     Apartar. La puerta, tras entrar, se cierra detrás de nosotros. Por la impresión, ella me cogió la mano, estaba temblando, pero dejó de hacerlo cuando miramos a nuestro alrededor. Una habitación amarilla, casi dorada, sobriamente decorada con adornos de porte clásico en mármol blanco. En el centro, una señora mayor vestida con una bata de color blanco inmaculado nos sonríe y nos sugiere que la acompañemos. Aparenta ser una buena persona. Nos llevó a una habitación, de color blanquecino, casi plateado, con el brillo típico de las estrellas en las noches de verano, en cuyo centro encontrábamos un jarrón, hermoso y del color del océano.


     Oír. A la señora de blanco acercarse al jarrón, suena el eco de sus pisadas, sin decir nada. Al detenerse, se vuelve, nos mira, y silba. Cadenas. Nacen de la nada y me atrapan, no me dejan moverme. Suena un cántico de sirena, mi compañera se acerca, con una sonrisa en su cara y una mirada vacía, hacia el jarrón, en el cual esa señora introdujo su mano.


     Temer. Por el futuro de aquella persona que aprecias. El aspecto formal de la huésped de este lugar se desmorona, tonándose a una apariencia locuela, riendo como si se hubiera sumido en la locura. Sacando la mano del jarrón, cubierta del lodo negro que antes encontré en la habitación azul de la doncella, sujetando algo impregnado de dicha viscosidad, imposible de diferenciar de cualquier otra cosa diferenciada.


     Emanar. Caer el lodo poco a poco y permitiendo ver qué era lo que sujetaba. Ojalá no lo hubiera visto. Cortada, la cabeza del cuerpo que apareció tras quebrarse el de la doncella, llorando el negro cieno, que también llenaba el jarrón del cual se sacó. Sacada, aquella lunática tiró el jarrón, y el lodo terminó rodeando a mi adorada acompañante, despierta pero durmiente.


     Devorar. El lodo a mi amada, verla deshacerse como sucedió en la primera habitación a la que entré. Miedo. Odio. Desesperación. Dolor. Todos estos sentimientos surgían en mi interior. Miedo porque me suceda lo mismo. Odio por aquella loca que llevó a mi amor a su perdición. Desesperación por no haber sido capaz de hacer nada. Dolor por la pérdida de…


     Escapar. Las cadenas se aflojaron y pude escurrirme entre ellas. Impotente; no fui capaz de realizar acción ninguna. Ni huir. Ni luchar. Sólo añorar, añorar el breve tiempo en que este sitio me pareció un paraíso que duraría para siempre, en el cual ella y yo hubiéramos estado el uno junto al otro.


     Retornar. Volver de los recuerdos idealizados a una desoladora y macabra realidad. Vuelvo a ver a mi amada, de espaldas, como si nada hubiese pasado; y a aquella loca con la cabeza cortada en la mano, que no lloraba ya y estaba absolutamente seca. A mis pies, los restos del jarrón que fue roto; pero no me importaba, corrí hacia la única persona en la que podía confiar aquí, para comprobar que estuviera bien.


     Alucinar. Sufrir a manos de las falsas esperanzas que una ilusión me brindó. Aquella persona que conversó conmigo, que gastó su tiempo conmigo, a quien parecía importarle alguien tan… tan necio como yo, tan… tan…tan impotente e insignificante que apenas existe para los demás… Las pocas esperanzas que tenía se desmoronaron.


     Desesperar. La causa, mi amada derrama lágrimas negras, como aquellas que devoraron cristales y un cuerpo. Una imagen vale más que mil palabras, y ni con un millón de ellas podría expresar lo que sentí en ese momento, un torrente de emociones y sentimientos, que se entremezclan y desbordan. Ya me pasó otra vez, el cuerpo pide la supervivencia y comienza a retirarse, pero esta vez el poder de tanto el dolor como el amor, aunque hubiese deseado que fuera distinto, tampoco puede retenerme.


     Huir. En una habitación amarillenta donde sólo se observan dos puertas. Aquella por la que entramos, que al retroceder se cubre de cadenas y se cierra de modo definitivo, para siempre, perdiéndose entre aquella maraña de eslabones; y una pequeña puerta blanca que se observa a la lejanía, en el extremo opuesto a mí de la habitación y a la cual, para llegar, debo atravesar el espacio en el que estaban aquella loca y ese engendro que yo antes adoraba.


     Cerrar. Los ojos y la mente, corriendo hacia una puerta que visualizo en la oscuridad que me rodea y que sé, en mi interior, que no llegaré a ella. Aún así, antes de darme cuenta, habiendo dado sólo unos pasos, abro los ojos y estoy frente a la puerta, a mi espalda, aquellas dos mujeres.


     Crecer. Tras volver la vista a aquella miniatura, la encuentro, ahora con los tamaños intercambiados: yo el pequeño, la puerta la gigante, bajo la cual quepo. Arrastrándome, logro pasarla. Vuelvo, por última vez a aquel pasillo verde, pero esta vez observo una gran diferencia respecto a las anteriores. El pasillo está cortado por la puerta que acabo d cruzar, y por fin, tras toda una noche, encuentro su final, ornamentado con un portón oscuro, como una noche sin luna, adornado con líneas blancas. 


     Conocer. ...(Esperar hasta la última parte)